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CRÓNICA LIGERA

¡Cuando crecí, esto cambió!

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Ana Mercy OtáñezSanto Domingo

Tengo recuerdos muy claros de mi niñez y mi adolescencia, el volleyball es el más frecuente y el que más extraño. Sin embargo, las travesuras y las ocurrencias aún viven en mí, pese a las correcciones, las miradas y una que otra pela (pocas en realidad). La rebeldía y el pensar y soñar de forma individual y propia de una edad tan importante como la juventud suelen marcarnos muchas veces nuestro destino, es de ahí que vamos por la vida como caballo de carreta, sin escuchar consejos, sin mirar nuestro entorno, sin detenernos y pensando que siempre tenemos la razón. ¡Es una etapa que hay que vivir! Pero suele pasar de adultos en algunas personas también. Soy de las que creo que todo ser humano tiene sus excusas favoritas, sus personajes idóneos y sus maleantes. Los buenos son esos seres de los que nos vanagloriamos con lindas palabras cuando alcanzamos una meta. Los malos son los culpables cuando fracasamos. Ambos cumplen su función. Viven entre nosotros o simplemente forman parte de nuestras vidas. Es duro aceptarlo, pero es así. Basta con viajar por nuestro interior y recorrer lentamente cada episodio vivido y rápido encontraremos a quien definir en un lado y en otro. Puede ser uno de nuestros padres, abuelos, tíos, parejas, vecinos, profesores o jefes a quienes podemos ubicar como personajes de nuestro cuento de vida. Yo desde niña tengo mi heroína favorita; estoy hecha de sus fortalezas y debilidades. Con los años he descubierto que pienso y actúo como ella, que uso sus refranes, estilo de crianza y castigos. Tengo hasta su temperamento. Aunque admito que por mi forma no podré mejorar muchas de sus cualidades, pero reconozco que tengo las mías y las valoro. ¡Hasta ahí iba muy bien! Pero, por años culpé a uno de mis padres de ser el villano de la novela de mi vida, de igual forma lo hice con algún profesor, pareja o jefe laboral y quién sabe a cuántos más le asigné la culpa de mis caídas. A mi padre lo vi débil por el simple hecho de dejarse vencer de una debilidad. Ilusa yo, como si solo fuese su culpa, nadie quiere tener una adicción. Han pasado veinte años de su partida y ahora me doy cuenta que él fue mi verdadero héroe. ¡Sí! Porque por sus faltas me enfoqué tanto en no ser como él que debo ser agradecida de lo que construyó. De igual forma de algún profesor que a través de sus exigencias me hizo la vida imposible en alguna materia y tuve que esforzarme el doble, pero aprendí. Y qué decir cuando se trata del amor de pareja, ese que nos ciega en el inicio o nos abre los ojos con el tiempo, cuántos condenados por no aceptar que tuve mis yerros en las prisas o las necesidades, la inexperiencia o la soledad, la moda o el querer tener... O de un jefe que ante un mal sermón o imposición culpé por su poco tacto para ser ejemplo y me hizo trabajar hasta el día de hoy para querer convertirme en una líder y nunca ser como él o ella. ¡Cuando crecí, esto cambió! Nada como la aceptación y el reconocimiento de nosotros mismos y el que cada quien mereceÖ Entre en modo autoanálisis, comience su preparación y no culpe a nadie de sus desgracias. Hasta la próxima semana con el poder de Dios.

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