Santo Domingo 23°C/23°C clear sky

Suscribete

COSAS DE DIOS

Golpizas por migajas

La pobreza es tenaz, te persigue hasta la tumba. El cementerio se inundó de agua. Para introducir el ataúd en el nicho fue necesario sacarla con latas. Un hombre se metió a hacer el trabajo y quedó empapado hasta las caderas. La escena impacta tanto al editor fotográfico de LISTÍN DIARIO, Radhamés Dotel, que al llegar al periódico quiere contarle a alguien, y me encuentra a mí.

Ocurrió un viernes, hace un par de semanas. Dotel regresaba de cubrir el sepelio del boxeador peso pluma Geysi Lorenzo, quien falleció tras varios días en coma luego de una pelea en La Romana. El fotógrafo se nota cansado pero se detiene a hablar.

“Ese muchacho murió por ganarse unos pesitos”, me dice. Era la noticia del momento. Geysi, de 34 años, subió al ring por segunda vez en tres días sin que nadie lo detuviera. Se había caído de un motor, en el que transportaba pasajeros, pero fue examinado por un médico que lo declaró en perfectas condiciones para la primera pelea, en un hotel de la capital, donde recibió una paliza.

Apenas tres días después está de nuevo en el ring, ahora, en La Romana. Al salir de allí cae en coma. El encargado de autorizar las peleas aseguró que no dio el permiso. El organizador de la cartelera también afirma que ignoraba lo de las fechas tan cercanas. El mánager alegó que el boxeador quería comprarle los útiles a su hija. Parece que Geisy se puso los guantes y subió por su cuenta al cuadrilátero.

Los reglamentos dicen que debió esperar treinta días para volver a boxear. Solo 72 horas después se enfrentaba a un rival más joven y fuerte que todo el mundo sabía, incluso él, que lo iba a derrotar. Estaba acostumbrado. Aguantaba golpizas por dinero. Cuando se dio a conocer su muerte, hubo denuncias de que no fue el único, que muchos boxeadores criollos, de esos que llaman acabados, enfrentan a jóvenes prospectos extranjeros. Estos últimos los utilizan para aumentar sus números, peleas y nocauts.

Tal vez era una costumbre para ese joven, padre de cuadro hijos, tolerar trompadas y puñetazos a cambio de seis o diez mil pesos, no más, en un negocio que mueve muchísimo dinero. Recoger migajas poniendo en juego su propia vida. “Morir por unos pesos. No lo concibo”, le dije a Dotel aquel día. Este, conmovido aún por la imagen de ese ataúd metido en el lodo, con un cadáver que no tuvo ni una tumba digna donde descansar, me responde “Es que no tienen salida. No hay salida. Tienes que ver cuánta pobreza”. Y yo me quedé pesando que Geisy, cuya muerte se olvidó, sin consecuencias, en menos de tres semanas, sí encontró una salida. Se escapó de este mundo hacia otro mejor. Al menos, oro porque así haya sido.

Tags relacionados