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COSAS DE DIOS

Por los que vienen detrás

Una joven me preguntaba que si yo no me había planteado la interrogante de por qué Dios nos ama tanto, cuál es la razón que a personas como nosotros, llenas de defectos, pecadores y cabezas duras, nos rescata una y otra vez. Le dije que sí, en realidad, me lo he preguntado. Y es cierto. Como muchos cristianos, he sentido que no me merezco todo lo recibido y que aún para el papel más insignificante que me ha tocado jugar en la vida, existe otra persona que lo pudo desempeñar mejor.

Pues, si quiere que Dios le responda, usted pregúntele, que Él no defrauda. Resulta que ayer mi prima Issel me manda el video de mi tía Titín, de 84 años, que vive en Castillo, bailando y dando palmas, en su papel de maestra de ceremonias, durante una adoración al Divino Niño en casa de su hijo, mi primo Moreno.

Me cuenta mi prima que a tía, como a todas las tías, le enorgullece decir que su sobrina escribe en el periódico. Pero, al verla, la que me sentí orgullosa fui yo. “Vengo de una familia cristiana”, me dije. Que Dios nos elija nunca es casual. Fíjese que en la Biblia encontramos multitud de promesas para los que siguen a Jesús y sus descendientes. Abraham, Isaac, y Jacob, de quien surgió el pueblo de Israel, cuando hicieron un pacto con Dios, este incluyó a todas las generaciones por venir. De ahí, y no porque nos la hayamos ganado, nos viene la Gracia. Llega por las oraciones, los sacrificios y el comportamiento de quienes nos antecedieron. Lo que hagamos hoy, marca, también, el futuro de aquellos que vienen detrás de nosotros, incluso, a los que nunca conoceremos en este plano.

Si revisamos la historia familiar, se evidencia que cosechamos lo bueno y lo malo de nuestros ancestros, en todos los sentidos: cuando acumulan riquezas, problemas económicos o asumen comportamientos nocivos. Eso mismo ocurre con la fe. Mis abuelos, mis tías y mi mamá derramaron en mi vida la bendición de pertenecer al rebaño del Señor, aun cuando yo andaba muy lejos de ese rebaño. Ha sucedido con muchos otros. El caso más dramático es el de Popeye, el sicario de Pablo Escobar, cuya madre siempre fue una cristiana convencida que nunca paró de rogar por la conversión de su hijo.

Ahora, ese hombre evangeliza y, con su testimonio, transforma vidas. A tal punto que el hijo de una de las víctimas que él asesinó, a quien le pidió perdón, cuando le preguntaron que si creía en su arrepentimiento, respondió que sí. Hasta ese extremo, de rescatarnos del fango más espeso, llega la fuerza de la herencia en la fe.

De manera que, si se ha preguntado por qué Dios le quiere tanto, cuando sabe que no se lo merece, tal vez, deba dar las gracias a quienes en su familia creyeron antes que usted y, de paso, empiece a orar por los que vienen detrás.

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