¿Y nuestro patrimonio?

Otro día en el calendario dedicado a los conjuntos monumentales e históricos que jalonan nuestro territorio, primeros testimonios de una civilización que se aposentó en las nuevas tierras. Lamentablemente este día no es para celebrar, sino para lamentar. Nuestra ciudad primada languidece. Aunque hayan arreglado las calles, soterrado los cables y pintado algunas fachadas, nuestras edificaciones cinco veces centenarias languidecen sin que el Gobierno y los particulares poderosos se interesen en remediar la situación. Hay iglesias en serio peligro de destrucción como es el caso de Santa Bárbara. Otros monumentos corren el gravísimo peligro de ser convertidos en pasteles de cemento, de pésimo gusto. Los más están descuidados y dejados a la acción inmisericorde del tiempo y la naturaleza. El atractivo inmenso de nuestros bienes culturales para los que nos visitan se ve disminuido ante tanto descuido. En años anteriores, cuando los gobiernos se interesaban por nuestros tesoros, había una oficina llamada Comisión de Monumentos, dedicada exclusivamente a la conservación y mantenimiento de las edificaciones coloniales. Este gobierno debería revivir dicha oficina, con un presupuesto suficiente y a cargo de los expertos que afortunadamente tenemos. Nos jugamos mucho si sigue el descuido.