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COSAS DE DIOS

Un aplauso

La última vez que escuché hablar en público al doctor Rafael Molina Morillo fue el año pasado durante la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa, que se celebró en Punta Cana.

Ya enfermo, muy delgado, pidió un turno y, cuando se puso de pie, su voz enérgica reclamó que se hiciera constar un hecho que, en ese momento, copaba la atención de los medios de comunicación nacionales y era señalado como un atentado a la libertad de prensa. Estaba sentada cerca de él y, al escucharlo, me emocioné. Le dije a su esposa: “Doña Francia, ese es un espíritu invencible”. Ella, con la admiración y el amor con que me gustaría que me miraran mis seres queridos en el ocaso de mi vida, ratificó mis palabras como si también hablara de un personaje, tan grande, que se admira de lejos. “Sí, esa es un alma invencible”, me respondió. Así fue. Hasta el último día.

Un enfermo que casi no guardó cama. Un periodista, con 87 años, que nunca dejó de escribir. Un personaje público que jamás fue indiferente a lo que le rodeaba. Una mente que no se detenía. Incansable. Durante los almuerzos de la SIP, me sentaba junto a esa pareja exquisita. Doña Francia, con su dulzura, pero al tanto de todo, era parte de conversaciones en las que siempre había algo que aprender del doctor Molina.

Hoy bendigo la hora que asistí a ese evento porque me permitió despedirme del director que me promovió a editora. Que me apoyó cuando el dueño de una empresa se molestó por un artículo que yo había escrito. Que me abrió las puertas, en el año 2004, para que publicara mi columna en El Día. Que escribió el prólogo del libro “Cosas de Duendes” y, ya enfermo, asistió al acto y lo presentó. Alguien que, cuando toqué a su puerta, nunca me dijo no.

Minutos antes de enterarme de su partida, leía la carta de renuncia de un profesor de periodismo cansado de la ignorancia y la indiferencia de sus alumnos que pasan las horas de clases con los ojos pegados a sus teléfonos móviles. Ese maestro hablaba de periodistas que no leen periódicos; de gente a la que no le importa lo que ocurre en el mundo. Y pensé escribir al respecto, porque eso también lo he vivido en mi ejercicio, hasta que la muerte del doctor Molina me mostró que hoy no podía publicar ninguna otra columna.

Perdimos un referente del mejor periodismo. Ojalá que los aplausos lleguen hasta la eternidad. Desde aquí le envío un aplauso, como el que recibió aquel día que habló en la SIP, a mi querido doctor Molina. Mejor aún, una ovación de pie para despedir su alma noble pero invencible.

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