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Cuarto domingo de Cuaresma

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

Hoy celebramos el cuarto domingo de Cuaresma, llamado en latín Domingo “Laetare”, es decir, “alégrate”, por la proximidad de la Pascua. Hoy la liturgia nos invita a alegrarnos porque se acerca la Pascua, el día de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

La iglesia se permite este domingo una breve alegría en el carácter sobrio que marca las celebraciones de la Cuaresma. La mayor expresión de este regocijo es el color rosado con que se viste el celebrante (siempre que haya en el armario de la sacristía).

Las lecturas de hoy conllevan igualmente la alegría, primero, de ver cómo el Señor escoge a su siervo David, el más pequeño de sus 7 hermanos, simplemente porque así lo quiso. Él no veía las cosas como la mayoría de los hombres, no se fijaba ni en las apariencias ni en su estatura. El sabía que contaría con él, que siempre sería fiel a sus mandatos, a pesar de sus debilidades. Y tan pronto David fue ungido por Samuel, fue invadido por el Espíritu del Señor y estuvo con él en lo adelante.

Lo vemos igualmente en el Salmo de hoy, que es el del buen pastor, y es que el Señor siempre me guiará por el sendero justo, por el honor de su nombre. Siempre estará conmigo, librándome de todo mal. Su bondad y su misericordia me acompañarán todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término. Y seguimos entonces con la alegría de saber esta gran verdad.

En la segunda lectura, San Pablo nos dice que Cristo será la luz que nos guiará. Que antes éramos tinieblas, pero que ya somos luz en el Señor y “no tenemos que caminar en tinieblas, ni tomar parte en las obras estériles de las tinieblas. Pues, hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero, la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo descubierto es luz. Por eso dice: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz”.

Y qué de este Evangelio según San Juan que leemos hoy, donde los discípulos de Jesús le preguntan al pasar junto a un ciego de nacimiento: “¿Quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego? Y Jesús les responde: Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Entonces le devuelve la vista al ciego. Todavía muchos creemos que el mal que nos sucede es “castigo de Dios”. Y aquí el Señor es bien claro.

En ocasiones, todos estamos ciegos, nos ciegan muchas cosas en la vida: la ambición, el trabajo, el miedo, la desconfianza, la ira, el orgullo, la rutina, la costumbre. Es bueno romper el ritmo. La confusión en que a veces vivimos nos ciega. Por eso, vamos a aprovechar este domingo de la alegría para conservar la alegría de saber que el Señor siempre estará con nosotros, dándonos aliento, porque “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. (Evangelii Gaudium, del Papa Francisco)

Y vamos también nosotros a transmitir a los demás, esa alegría de los hijos de Dios, que a pesar de la tristeza que nos asalta a veces, sabemos que la alegría de la fe está siempre con los que creen en el Ser Amado por excelencia: Dios, nuestro Padre. ¡Amén!

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