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COSAS DE DIOS

La muerte no tiene la última palabra

Escribo hoy, de manera especial, para una persona, a quien quiero mucho pero, por alguna razón, le duele mi fe. Con esta persona me encontraba reunida el día que mataron a Delcy Yapor. En ese momento, utilizó esa tragedia para señalar los extraños planes que, a su entender, tiene Dios. Me gustaría mostrar un punto de vista distinto de lo ocurrido.

Delcy y su esposo, el diácono Leandro Acosta, se consagraron a servir en la parroquia El Buen Pastor, donde yo también me congrego.

Ambos conformaban una pareja de esas que la gente admira. Siempre juntos, en misa; vestidos de gala en la boda de una hija o de Batman, los dos, para el cumpleaños de su único nieto. ¿Gente perfecta? No. Sus defectos habrían de tener, como todo el mundo. ¿Ejemplar? Sí. Ciudadanos de bien, cristianos convencidos, no cabe duda.

Desconozco las razones por las que murió Delcy. pero nadie ha dicho que a los que creemos nos están exoneradas las pruebas. No se trata de un trueque: yo creo, y tú me exoneras de sufrir. Dios nos dijo, a través de su hijo Jesús, coge tu cruz y sígueme. Y a cada uno de sus escogidos les asigna una misión en este mundo. La de Jesús, el hijo amado, fue la más dura: morir en la cruz. A nuestra hermana también le tenía una última encomienda. Cuando esa bala alcanzó a Delcy, una esposa, madre y abuela que se levantaba de madrugada a transportar niños, la convirtió en un símbolo. El que muestra cómo alguien totalmente inocente, que vive y actúa de la manera correcta, puede ser arrastrada por la violencia y la delincuencia ciegas.

Su esposo Leandro, que aparece en una foto sentado en el suelo junto a su hija y al párroco de Buen Pastor, mientras esperaban que levantaran el cadáver de su compañera de décadas, se convirtió también en el símbolo de la impotencia de una ciudadanía desprotegida. Y su familia completa es el símbolo del perdón, en un país que siempre clama venganza, cuando extiende la mano al ex militar cuya bala mató a Delcy en su intento por frustrar un atraco.

A los que abrazamos a Leandro en la funeraria, él nos deseó paz. Su actitud me recordó que quienes le servimos a Dios somos soldados, y no sabemos cuál será la batalla que nos tocará librar. De lo que estamos seguros es de que, para nosotros, la muerte no tiene la última palabra y en la casa de nuestro Padre hay muchas habitaciones. Jesús se nos adelantó para preparar la de cada uno. La de Delcy estaba lista y lo que tenía que hacer aquí, terminado.

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