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COSAS DE DUENDES

Yo no creo en duendes

Hoy es mi cumpleaños y he decidido hacerme un regalo. Hace 17 años empecé a escribir esta columna y la llamé Cosas de Duendes porque las historias que contaba en ella tenían siempre como protagonistas a niños. Y es que, cuando me convertí en madre, quedé deslumbrada. Mis hijos y sobrinos me parecían tan singulares como los duendes. Esas figuras mitológicas, enigmáticas, a quienes se les atribuyen travesuras como mover cosas de un lugar a otro, o alterar el curso de los acontecimientos. Me pareció apropiado llamar a mi columna así porque, pensaba entonces, que cada niño es tan mágico, tan impredecible y divertido, como podría serlo un duende, si estos existieran.

Pero ha pasado mucho tiempo, mis duendes, los tres que Dios me entregó para cuidarlos aquí, crecieron, de hecho, muchas lectoras me lo comentan con esta frase, “Alicia, ya tus duendes crecieron”. Es cierto. Ahora son adolescentes y, aunque sus ocurrencias y manera de mirar la vida me siguen pareciendo muy particulares, ahora debería pedir permiso para compartirlas.

En fin, la esencia de esta columna cambió. No puedo decir que a raíz de mi conversión, si me reviso por dentro ese proceso ni siquiera ha iniciado en mí, pero sí a raíz de que tengo la certeza de la existencia de Dios. Desde que no me queda ninguna duda de su presencia en mi vida, esta columna cambió y nada tiene que ver con duendes.

En este camino, que ahora recorro, las explicaciones del porqué de las cosas no las busco en criaturas mágicas, sino en los designios de un Creador que estaba antes del origen del mundo. Antes de que yo fuera un semilla en el vientre de mi madre. Y estará después, cuando me marche y cuando se marchen mis nietos y los hijos de mis nietos. El Dios eterno para el cual el tiempo no existe. En Él busco las explicaciones, las respuestas, los porqués. A Él, a su bondad, su misericordia, su nobleza, su creatividad y su grandeza, le debemos el que la imaginación de los hombres haya creado a los duendes y el que los niños, simples seres humanos, sean tan mágicos como esas criaturas.

A Él le debo la primera inspiración para escribir esta columna: mis hijos. Y la inspiración de cada semana durante estos años. A Él debo los temas, los problemas, que me hacen crecer, y las alegrías que la motivan. A Él le debo todo. Entonces, este espacio ya no pertenece a los duendes, le pertenece a Dios. De manera que, a partir de mi próxima entrega, se llamará Cosas de Dios, después de todo, yo no creo en duendes, yo creo en Cristo Jesús.

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