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COSAS DE DUENDES

Pelear la fe

Mis tatarabuelos, mis bisabuelos y mis abuelos fueron creyentes. Mis padres, también. Unos más que otros, unos practicantes y otros, no tanto. Yo creo en su mismo Dios. Pero no sé si, mañana, mis tres hijos dirán lo mismo. Lucho porque así sea. Aunque la batalla resulta tan dura que, contra todo mi deseo, he considerado bajar la guardia. Pues, no se puede. Les voy a compartir parte de un testimonio que justifica el por qué debemos pelear la fe de nuestros hijos.

A propósito de mi artículo del pasado miércoles, “La Felicidad sin Dios”, me escribió el ingeniero de origen dominicano, Eligio Cruz, quien reside en Estados Unidos pero está en una misión cristiana en Holanda junto a su familia. Él me cuenta lo siguiente:

“Nuestra misión es en Groningen, al norte de Holanda, una ciudad universitaria, donde Dios ha sido puesto lejos de las personas. Aquí viven hombres con las seguridades máximas de pan, libertad y sin cárcel, porque no hay crimen como problema, pero la gente no encuentra sentido a su existencia y se suicida, practica la eutanasia y ahora quieren pasar una ley en la que uno mismo pueda decidir que ya no quiere vivir más. Los matrimonios ya son raros, hay pocos niños, la prostitución está organizada como un negocio más de oferta y demanda, al igual que los coffee shop de marihuana que pagan sus impuestos. Esa es la felicidad sin Dios.”

Su testimonio de una sociedad que parece tenerlo todo resuelto, tan segura que no necesita cárceles; tan libre que una droga como la marihuana se vende igual que el café y tan tolerante que la prostitución, la venta del cuerpo, se rige con el mismo criterio que cualquier otra mercancía, parece de un mundo perfecto, según se mire. Sin embargo, la vida debe resultarles odiosa, a tal extremo, que la muerte es una opción más. ¿Cómo llegaron ahí?

Quizás hubo unos padres que decidieron dejar a sus hijos en libertad para que escogieran en quién o en qué creer. Unos legisladores que entendieron el sentido “humano” de aprobar una ley que permitiera a los enfermos desahuciados morir “con dignidad” y a las mujeres abortar por distintas causales, incluido que el bebé parezca que no es perfecto. El camino hacia una sociedad así, se emprende por distintas vías. Pero el resultado es el mismo: aunque lo tengan todo, si les falta Dios, no tienen nada. De manera que nos toca pelear la fe que heredamos, y pasarla, como la recibimos, a nuestros hijos, nuestros nietos y a los hijos de nuestros nietos.

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