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COSAS DE DUENDES

Medicina para la memoria

“La noche que yo llegué al centro de tortura, aquello parecía la obra de alguna alucinación dantesca. En todo el patio de la prisión y en sus diversas dependencias se torturaba del más diverso modo en medio de un frenesí bestial en el que aparecían entremezclados esbirros y hombres desnudos y esposados dando alaridos y revolcándose como gallinas decapitadas. No es poco el impacto que produce en el ánimo más aplomado contemplar a un hombre indefenso y desnudo, vuelto una masa de carne lacerada y convertido en una especie de cebra bípeda con todo el cuerpo cubierto de surcos negros y sanguinolentos causados por pelas de más de doscientos azotes que se aplicaban con fuertes y gruesos alambres. Los alaridos provocados por la aplicación de corriente eléctrica con su efecto quemante en todo el sistema nervioso tienen un carácter particularmente ondulante y desgarrador y la escena de un hombre, desnudo y amarrado a una poltrona recubierta de láminas de cobres, es en especial dramática. La víctima se retorcía al recibir las descargas eléctricas y las contracciones de su cuerpo y los rictus del rostro que se sucedían entre aullidos de dolor producen una visión, realmente insoportable. Mientras tanto, el coro de torturadores, en medio de las pausas, vertía toda suerte de chistes y sarcasmos con respecto a las víctimas, en tanto practicaban la diversión de apagar cigarrillos, de manera continua, en los cuerpos de los maniatados en La Silla. Cuando alguien perdía el conocimiento, como consecuencia de las pelas aplicadas en un cuadrilátero denominado El Coliseo, sobre el cuerpo despellejado, sanguinolento y en carme viva del cautivo, era derramada una lata de agua de sal o se le sentaba en La Silla para reanimarlo con descargas eléctricas...Pero lo más, terrible de todo aquel catálogo infernal no estuvo constituido por la cuota de tormento que cada quien recibía. En fin de cuentas, llega un momento en que el dolor físico lo sumerge a uno en una nebulosa, en una especie de duermevela en la que la mente llega a ponerse en blanco...y se produce una extraña insensibilidad. Todavía más insufrible que el propio castigo recibido es la contemplación o percepción auditiva del tormento que soportan los otros”. Este fragmento pertenece a un escrito del doctor Rafael Valera Benítez que se exhibe en el Museo de La Dignidad, de la Feria del Libro. Vísitelo, es una excelente medicina para los que sufren de mala memoria. Gracias Bacho por facilitármelo.

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