‘Es mejor dar que recibir’

Nunca he ignorado la gran verdad que encierra la frase de que hay más felicidad en dar que en recibir. Hoy no me cabe la menor duda de que es así. Cuando me ha tocado estar en esa posición lo he comprobado, y cuando he sido testigo de acciones que hacen justicia a este dicho revelador, también lo he podido confirmar. Precisamente eso es lo que he querido hacer a través de esta columna a lo largo de los ocho años que tiene, y agradezco inmensamente a quienes se toman su tiempo para leerla. Esos minutos son invaluables para mí. Es ella la que hoy me permite dar testimonios de lo reconfortante que es dar a nuestro prójimo. Hace unos meses me asaltó la alegría cuando me enteré de que gracias a la acción de dos hermanos, a una de sus cinco prendas se le refrescó literalmente la existencia cuando estos aunaron esfuerzos para dotarla de un aire acondicionado y contribuir a que ella tenga una mejor calidad de vida. Hace poco volví a vivir el valor del desprendimiento cuando Dios, siempre haciendo de las suyas, permitió que otro de sus hermanos le hiciera realidad el sueño de esa misma hermana: tener un vehículo. Tan bien diseñado estaba ese plan divino que, se concretó un día en que otro hermano, quien anhelaba comprárselo, escuchaba con atención el concepto que tiene su familia sobre él. La alegría no podía ser mayor. Lágrimas, risas, emociones... en fin, muchos sentimientos encontrados se las jugaban para hacer que el grupo completo se sintiera como si viviera en una ciudad fabulosa. No hubo necesidad de transportarse a ella. La estábamos viviendo a plenitud y, aunque se asomaban situaciones sombrías, el lugar fabuloso continuaba dándoles a todos la oportunidad de seguir completando las obras comenzadas. Ahora los demás debemos asumir lo que falta para que esa hermana disfrute lo recibido, y sus hermanos se regocijen con el privilegio de dar.