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COSAS DE DUENDES

Envejecer

Envejecer es un proceso silencioso, que se desliza bajo nuestra piel sin que lo notemos. Permanece oculto hasta que un día, frente al espejo, lo descubrimos con lujo de detalle, como una silueta borrosa que de repente llega a la luz y nos muestra, sin lugar a dudas, de quién se trata. El declive físico camina segundo a segundo, pero solo lo advertimos cuando la mayoría de los viejos que amamos van muriendo y calculamos que su lugar pronto lo ocuparemos nosotros, los niños que ellos vieron crecer. También sospechamos que la juventud pasó cuando en las revistas del corazón vemos a la adolescente de moda que envidiábamos convertida en abuela, más tranquila y menos sexy, sin dar tela para cortar a los escándalos. Pensamos, entonces, que esa mujer aprendió con los años y ahora es más sabia. Suponemos que debe saberlo y disfrutarlo. Como nosotras mismas. Aunque, en lo personal, deduzco que las que fueron chicas del momento deben odiar la otra parte de envejecer: las canas, las líneas de expresión y las libras que sobran, incluso, más que las que nunca hemos sido famosas. Porque estas mujeres fueron más bellas y, supongo, que en esos casos el dolor de lo perdido es mayor. En lo que a mí respecta, de envejecer me gusta cómo me siento, pero no cómo me veo. Odio las canas, y los tintes para ocultarlas; las libras de más, y las dietas para eliminarlas; las líneas de expresión, y el tiempo que debo emplear para ponerme las cremas. Pero reconozco que me encanta cuánto he aprendido. Lo sabia que nos volvemos las mujeres con los años. Ya no es tan fácil alterar mi espíritu. No corro cuando a alguien se le ocurre marcar la línea de salida para una competencia en la que no me apunté. No me deslumbra el brillo sin antes confirmar la autenticidad del metal que lo refleja. Tampoco las palabras bien empleadas si no están precedidas de la acción correcta. Aunque cometa errores, cada vez con más frecuencia, descubro la mentira y puedo enfrentarla sin la duda culpable. Incluso cuando fallo, me duele menos y, por ello, resulta más fácil disculparme. En fin, envejecer no es tan malo si en lugar de mirar siempre al espejo somos capaces de buscar más adentro, descubrir si nuestra alma es menos fea, y si es así, agradecerlo.

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