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HOY ES DÍA DE SAN VALENTÍN

Amor contra todos los pronósticos

La historia de Claudia y Daniel transcurre entre diferentes manifestaciones de afecto: el filial, el de amigos y el romántico

Tenía apenas 18 años, una edad en la que los jóvenes empiezan a desarrollar todo su entusiasmo, su adrenalina, a vivir y gozar de plena juventud, comienzan a construir su mundo.

Universidad, trabajo y amigos formaban parte del mundo de Claudia Fernández, quien a tan corta edad ya sabía perfectamente lo que era asumir la responsabilidad de un trabajo en una entidad financiera.

Pero una mañana su madre se levantó, y entre todos los afanes que tenía ese día, preparando maletas y tratando de dejar todo en orden antes de irse ese día de viaje, contempló a su hija y notó un pálido rostro que, por su experiencia como médico, le indicó que algo no andaba bien.

No perdió tiempo y de inmediato la llevó al médico para realizarle los análisis correspondientes y descartar cualquier situación que pudiera poner en riesgo su salud.

Los resultados arrojaron una anormalidad en sus plaquetas, sobrepasaba por millones la cantidad que debía tener. Eso llevó a los médicos a tener que indicarle unos estudios para determinar qué provocaba un aumento tan drástico en el número de plaquetas en su cuerpo, debido a que corría el riesgo de que se le formara un coágulo en el cerebro que acabara con su vida. Claudia fue ingresada para poder controlar la situación hasta esperar los resultados de los estudios que fueron enviados a hacer fuera del país.

Dos semanas después llegan los estudios, con unos resultados nada alentadores, Claudia tenía leucemia, cáncer en la sangre. Para los padres, que llevan décadas tratando pacientes con todo tipo de enfermedad y salvando vidas, nunca pensaron que les tocaría a ellos tener que tratar con su propia hija, pero además con una enfermedad con pocas posibilidades de sobrevivencia.

No sabían cómo iba a reaccionar su hija cuando se le informara que padecía un quebranto tan complejo, por lo que optaron por callar hasta ver qué pasaba. Le dijeron que tenía una anemia muy fuerte. Ese fue el pretexto que usaron. Acondicionaron el terreno para evitar que ella no lo supiera y pudiera seguir su vida normal. Amigos, familiares, compañeros de trabajo, todos lo sabían menos ella. Las quimioterapias que le daban tampoco pudieron darle una pista, pues consistían en unas inyecciones poco invasivas que no permitían que se le cayera el pelo. A ella le decían que era hierro.

Como se atendía fuera del país, cada vez que le tocaba cita sus padres le decían que se iban a pasear, y que aprovecharían el viaje para que ella se chequeara con el médico.

“Yo seguía mi vida normal, pero noté un comportamiento diferente en mis amigos, nosotros íbamos mucho a discotecas y de un momento a otro mis amigos empezaron a cambiar los lugares, y preferían ir a lugares donde no se bebiera alcohol ni hubiera un ambiente contaminado, y yo… Dios mío, pero esta gente si están aburrida”, cuenta Claudia al recordar todos los esfuerzos que hicieron sus amigos para evitar que ella no se enterara y al mismo tiempo cuidarla.

No fue hasta dos años después, en el 2001, cuando en uno de sus chequeos ella notó que le estaban ocultando algo. Decidió que ese era el día de ella saber la verdad. Sus padres no hablaban inglés, situación que aprovechó para preguntarle al médico, que hablaba a través de un traductor, que qué era lo que ella tenía.

La norma en Estados Unidos no permite que se le oculte la verdad al paciente, por lo que el médico se vio obligado a revelar el secreto que por tanto tiempo habían guardado sus padres y allegados sobre su estado de salud.

Ya destapada la caja de pandora, sus padres irrumpieron en llanto, creían que el mundo que había construido su hija se le caía encima. Pero no fue hasta llegar a la casa donde se hospedaban cuando Claudia comenzó a analizar la gravedad del problema. Solo había una posibilidad, que fuera sometida a un trasplante de médula que para ese entonces constaba US$300 mil, una suma de dinero que para la familia se hacía casi imposible conseguir.

Lo primero que hizo fue llamar a su mejor amigo, Daniel Malena, hoy convertido en su esposo, para reclamarle por qué le había ocultado la verdad.

Daniel y Claudia, se conocieron en la universidad, cuando el primero la abordó en uno de los pasillos para pedirle que le diera su número de teléfono y a través de ella ver cómo podía contactar a una amiga suya de la que él estaba enamorado. Al poco tiempo de estar tratándose Daniel se convirtió en el mejor amigo de Claudia.

La madre de Claudia le encargó a Daniel que fuera él quien la cuidada en todos los lugares a los que iban. “Yo le hacía más caso a él que a mi mamá, era mi mejor amigo, cosa de adolescente”, dice.

Al tiempo de estar tratándose, Daniel empezó a notar que más que su amiga, Claudia fue calando en su corazón, hasta el punto, que sin importar la enfermedad que padecía, quería que fuera su novia.

Se arriesgó y fue a pedirle la mano al padre de Claudia. Pero la advertencia que le hizo fue que con su hija él no iba a tener una familia, porque ella no podía tener hijos. Pero a Daniel no le importó la sentencia y, en cambio, seguía en su firme propósito de ver cómo podía tener a su lado la mujer que lo hacía feliz.

“Al principio yo estaba dudoso, porque era la amiga, luego vi el tipo de persona que es, no tuve que pensarlo mucho, tu sabes que es algo que te gusta, como que siente esa conexión, y fue lo que me pasó desde que comencé a tratarla, entonces, independientemente de la condición que tenía, yo estaba clarísimo de que era con ella que quería estar, si papa Dios me iba a dar la persona con quien yo quería estar un mes, dos meses, 15 años hasta ahora, yo lo iba a aceptar sin problema”, dice.

Finalmente iniciaron la relación y, como si fuera un plan, ahora la madre de Claudia no quería que ella fuera a ningún lado con él. Fue una batalla muy fuerte, dice Claudia, duraron seis años de amores, tiempo que ella calificó de tortuosos, porque cuando iban a iniciar la relación ella le dijo a Daniel que no durarían más de dos años para casarse. Pero como toda persona perseverante y con propósitos, Daniel siempre tenía un plan, primero era terminar la universidad, luego hacer una maestría y ya preparado académicamente necesitaban un buen trabajo.

Claudia cuenta que después que Daniel terminó la maestría ella misma se encargó de enviar su curriculum para ayudarlo a cumplir su meta y ver si finalmente se podían casar. Al poco tiempo lo llaman de un trabajo, por lo que ya no había excusa para casarse. Deciden unir sus vidas tras seis años de amores, pero había algo que a Claudia le preocupaba, los hijos. Una pareja sin hijos no es familia, dice. Por eso, luego de cinco años de matrimonio empieza a aflorarle su instinto maternal, pero el tratamiento que lleva es de por vida y no lo puede suspender, por tanto no puede salir embarazada.

La incógnita ahora se centraba en si suspender el medicamento o no para ella intentar salir embarazada. Sus padres lo veían como una locura, a sabiendas de que le habían advertido a Daniel la situación. Pero de lo que ellos siempre estuvieron seguros es que para Dios nada es imposible y esa convicción siempre estuvo presente en la pareja, por eso Claudia siempre cargaba con ella una imagen del niño Jesús.

Tras un tiempo evaluando la idea deciden contactar al equipo médico que lleva su caso y plantearle la idea de ella suspender el medicamento para ver si existía la posibilidad de que pudiera cumplir su sueño de ser madre, propuesta que para los médicos fue más que sorprendente, ya que nunca había aprobado semejante petición, para no poner en riesgo el experimento y la propia vida del paciente. Ellos aceptan y autorizan a Claudia suspender el medicamento. Pocas semanas después llega la buena noticia de que había logrado lo que para la ciencia era casi imposible, pero para Dios no.

“Mira, al igual que ella yo confío mucho en papa Dios y en cada paso que nosotros damos Él siempre está ahí, pero uno no deja de sentir ese sustico, y sobretodo si llegara a pasar algo, ese sentimiento de culpa que le queda a uno por haber accedido a tomar ese tipo de decisiones, pero Claudia estaba tan firme en su decisión que yo quise a lo último apoyarla, ceder un poquito en ese miedo que teníamos en ese momento. Yo no sé como yo iba a reaccionar si hubiese pasado algo”, afirma Daniel.

Su hijo Daniel Alfredo nació de 36 semanas sano. Pero tras vencer esa dura batalla, al año y medio llega otra peor, el niño desarrolló un tumor cancerígeno en los dos riñones, un caso extrañísimo que solo se da en una persona de un millón. En el país era el primer caso que se había presentado. De inmediato surgió la duda de si eso era producto del tratamiento que llevaba Claudia, los médicos determinaron que no, que era una condición que existía y que solo le daba a los niños menores de cinco años, pero que generalmente se daba en un solo riñón, no en los dos.

Deciden tratar el niño fuera del país, enfrentándose a la posibilidad de que si Dios no hacía la obra, en vez de un riñón había que buscar dos donantes para salvarle la vida a su pequeño. A esto se agregaba el costo del tratamiento, pues solo para la primera consulta tuvieron que pagar un dineral, dice Claudia. Para los estudios ni se diga, cuando les dieron el costo Daniel irrumpió en llanto, no contaban con los recursos para cubrir el tratamiento. Cuando el médico que estaba con él vio la situación gestionó para que se estudiara su caso, y así fue, el hospital cubrió los gastos del proceso.

Con Daniel Alfredo se vivió el mismo proceso que con Claudia, ellos tuvieron que aceptar que el niño fuera escogido para iniciar un experimento para determinar por qué se dio en él esa situación, que hasta ese momento solo se había producido en un solo riñón, no en los dos. Eso implicó que la pareja tuviera que firmar un documento en el que se hacían responsable de lo que pudiera pasar con el pequeño.

“Me acuerdo como ahora, una situación con el niño, cuando estábamos en Nueva York pasándole las quimioterapias, y que ya él empezó a debilitarse un poco, era una madrugada que yo lo tenía cargado, y el niño estaba llorando y de repente deja de llorar, y levanta una mano y empieza a tirar besitos y le pregunto, Daniel y ¿qué tú haces tirando besitos?, y me señala con un dedo un librero que había, en ese librero había una imagen del niño Jesús que nos dieron el día que nos fuimos de aquí (República Dominicana)”.

El niño logró asimilar el tratamiento, fue sometido a una operación para extirparle los dos tumores y hoy, con casi cinco años, crece sano y feliz y la pareja ahora está a la espera de Valentina, una bebé que está a pocos días de nacer y que viene a completar la familia que tanto Claudia había soñado junto a Daniel.

“Yo siento que Valentina va a salir súper sana, que no presentará ninguna situación y que servirá de testimonios para otras personas que se desaniman y tiran la toalla, dice Claudia, quien hoy preside la fundación “Un paso más”, que se encarga de orientar a víctimas de cáncer y sus familiares sobre cómo manejar ese tipo de pacientes.

Hoy el centro médico donde se atendió el niño utiliza su caso como referencia para cuando se presenten otros similares seguir el mismo protocolo.

“Dios les da las batallas más grande a sus mejores soldados. Yo sigo pensando que todavía no le he agradecido a papa Dios lo grande que ha sido conmigo, de concederme vivir con dos milagros en el mismo techo, y esas son cosas que ponen a uno a reflexionar mucho sobre cómo llevar las cosas mejor, yo entiendo que agarrándose uno del barbú de ahí arriba uno puede seguir adelante, reflexiona Daniel.

Daniel

Tras 15 años juntos, seis de amores y casi 10 de casados, Daniel hoy le da gracias a Dios que le ha permitido seguir sintiendo por Claudia el mismo sentimiento que tenía desde el momento en que la conoció. “Y si ya hemos pasado por todo esto, lo que sea, por duro que sea lo vamos a seguir pasando juntos. Y es que para él las cualidades que adornan a su amada (perseverancia, organización y sencillez) hacen de ella la mejor pareja.

Claudia

Más que un asunto de sentimientos, Claudia entiende que el amor es un complemento, que se debe conjugar con la confianza en la pareja, “que te brinde seguridad, afecto, cariño y en Daniel, desde antes de ser novios es lo que siempre he recibido. Daniel es una persona súper humilde, es algo que yo valoro mucho en las personas, alguien con muchas ganas de progresar, y a mí me gusta eso, es muy dedicado, no solo conmigo, sino también con Daniel Alfredo, es un excelente papá, me gustan todos los valores que él me ha enseñado, humildad, dedicación, compromiso, afecto, y nada, es mi complemento, es la persona que papa Dios me puso en el camino, para aceptar muchas cosas y para poder logar todo lo que hasta ahora tengo”.

“Somos personas totalmente diferentes, yo soy muy planificada, muy organizada, Daniel es más libre. Yo creo que el que uno no sea tan igual ayuda a que la relación funcione mejor”, entiende Claudia.

Familia. Claudia, Daniel Alfredo y Daniel son la prueba de que el amor es el mayor milagro.

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