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COSAS DE DUENDES

Mayores de edad

Hoy cumplimos la mayoría de edad.

No te rías. Hace 18 años que volví a nacer. Un 25 de noviembre de 1997 aprendí lo que era el amor cuando en tus ojos verdes se colaron los genes de mis abuelos maternos.

Hoy es el aniversario del día en que supe que te puede doler más lo que le ocurra a otra persona que lo que te sucede a ti misma, como cuando te pusieron tu primera vacuna y... la última. Contigo estrené la experiencia de adivinar el estado de ánimo y la salud de otro ser humano, solo por instinto. Saber que tenías hambre, cuando aun no sabías hablar; que tienes fiebre, sin tocarte; que algo te mortifica, sin que me transmitas la más mínima queja. Contigo aprendí que nuestra piel, nuestros ojos y nuestro corazón se pueden extender y convertirse en los de dos personas, o tres, incluso, cuatro. Que cada vez que una mujer trae un hijo al mundo se multiplica ella misma: sus alegrías, sus retos y penas. Que se puede ser feliz sin lujos, ni premios, ni logros, solo por contemplar una sonrisa adorada.

Desde que el médico te puso en mis brazos, has sido el mejor maestro de mi vida. El mayor reto para mis defectos y el mayor premio para mis virtudes. Nadie como tú. Nadie antes que tú. La vida cambió por completo con tu llegada hace ya 18 años. Los mismos que llevo siendo madre. Los años en que gracias a que existes, al amor que despiertas en quienes conocen tú alma, llevo escritos en el cuaderno de la gratitud eterna nombres como: Deyda de Pérez, Consuelo Guerrero, Adrian D Oleo, Odille Villavizar y tus adoradas profes Ana Delia y Laura. Todas ellas te han aceptado, han creído en ti y, como yo, te admiran. Hoy cumplimos juntos la mayoría de edad. Nuestra vida en común lleva pantalones largos sin que este amor haya perdido una gota de su magia.

Tienes cédula, a tu pesar. Odiaste hacer la fila y, como alegato para no sacar ese “molesto documento”, dijiste que querías mantener en secreto tu paradero. Una salida de tu humor tan poco común, tan inusual como tu afición por los libros. Alguien me preguntaba cómo logré despertar en ti esa pasión por la lectura, le di la respuesta habitual: que te leía cuentos para dormir.

Pero lo cierto es que el mérito no es mío, pues amas los libros más que yo. Llegarás a ser el lector en que me gustaría convertirme, el escritor que yo nunca seré. Sé que, si la hubieses escrito tú, está columna diría mucho mejor: !Felicidades! ¡Cumplimos 18 años!

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