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MEMORIAS DE VIAJES

El encanto de pasear por la ribera del Duero

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

Luce refulgente el sol, y mi paraguas está de más. El pronóstico del tiempo decía que llovería en la tardeÖ se equivocó. Camino por las calles de la Ribeira junto al río Duoro, en la encantadora Oporto. En este amplio espacio me entrecruzo con músicos callejeros y, hacia un lado, varios puestos al aire libre con artículos que atrapan la atención de los turistas: manteles bordados, bufandas, el tradicional gallo portugués en diferentes tamaños y presentacionesÖ “¿Se apunta a tomar el crucero de 50 minutos bajo seis puentes?”, me pregunta en portugués un guía turístico. No, gracias. Eso no es lo mío. A una mesa bajo el sol, en una terraza-restaurant, dormita una mujer con el rostro tostado. En la PraÁa da Ribeira giro a la izquierda, camino unos pocos pasos hasta alcanzar el Cubo da Ribeira, escultura moderna levantada sobre los restos de una fuente del siglo XVII. Hacia un lado sube la rua dos Mercadores. Hacia el otro, San Joao. Y en medio, un edificio donde en el balcón del piso superior diviso la silueta de dos hombres que desde lo alto disfrutan de una magnífica vista panorámica. En una construcción, con varios escudos esculpidos en piedra y una fuente delante, hay un nicho con una figura: una estatua moderna de San Juan Bautista. Retorno hacia la Ribeira, cuyos bancos están ocupados en su mayoría por jóvenes enamorados o vacacionistas de distintas edades. Mientras, en varias naos que navegan por el Duoro, se aglomeran turistas de pelo cano que viajan en grupo. Bajo la deliciosa temperatura de 23 grados centígrados, al tiempo que anoto en mi agenda lo que observo, siento que justo a mi vera pasa un auto. Caminaba en medio de la calle, entendiendo que está prohibida al tránsito de vehículos. Es obvio que tiene sus excepciones. ¡Qué susto! La cuesta se me hace cada vez más empinada hasta llegar al puente Luis I, para cruzarlo a pie y recorrer Gaia. Apoyada sobre la barandilla me deleito con el panorama del río entre las dos ciudades cuando, de repente, me envuelve una ligera neblina y un fuerte viento me empuja hacia un lado. Nerviosa me pregunto: ¿qué hago yo aquí?

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