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EL BULEVAR DE LA VIDA

La incertidumbre posible de la muerte

“CONSTERNADOS, RABIOSOS”.- Como lo advierte don Mario Benedetti en aquel poema del hombre preso que mira a su hijo: “Una cosa es morirse de dolor, y otra cosa es morirse de vergüenza”, de igual manera, una cosa es ser materialmente pobre, que no alcance el sueldo a fin de mes, y otra muy diferente es vivir en la posibilidad cierta del asalto, la violación, la muerte de nuestros hijos, la vida. Tal que la inseguridad ciudadana ha tocado no sólo el fondo, sino que ahora navega feliz y retorcida por el subsuelo de la impotencia ciudadana. Hablo de ese ciudadano que en su desesperación está ya decidido a hacer justicia por sus propias manos, y ya ven, lo único que logra es la injusticia de la muerte, en un país en el que hace apenas 30 años eran impensables estos niveles de inseguridad. Y eso que aquellos, es bueno decirlo, fueron años terribles de represión política; años de un imperio norte haciendo presidente al delfín más ilustrado de una satrapía “sin ejemplo” entre balas y cadáveres. Sólo que aquellas desgracias eran parte una lucha ideológica y política en el marco de una fría guerra mundial no declarada.

PARAFRASEANDO A BRECHT.- Era la paráfrasis dominicana del tan citado poema de Bertolt Brecht: “Primero asesinaron a los opositores, pero como yo no era político no me importó. Luego torturaron a los muchachos de los clubes culturales de los barrios, pero como yo no era clubista, tampoco me importó. Hoy, 40 años después de aquellos tiempos de impunidad para los asesinos, resulta que los hijos de aquellas familias desechas por el neoliberalismo salvaje, antisociales de oficio sin más ejemplo que el de latrocinio impune de los últimos cincuenta años, son los que ahora nos asaltan y matan a nosotros, a nuestros hijos, ay, pero como en el poema de BrechtÖ ya es demasiado tarde. O peor, como advertía el genio de Borges: “Es inútil que golpees la puertaÖ estamos adentro”.

CUANDO YA NADA TIENE VALOR NI SENTIDO.- El homicidio involuntario cometido por un ciudadano que, indignado ante un asalto más en su barrio, disparó a los delincuentes pero mató a una ciudadana ejemplar hija de Dios, Delcy Miguelina Yapor, es la penúltima desgracia que hemos padecido. Y todo parece empeorar. Posiblemente, sea la República Dominicana una de las pocas naciones donde el ciudadano al ver una patrulla de la Policía Nacional se asusta, si es creyente ora, si está armado manipulaÖ y así no se puede vivir, aunque mañana crezca nuestra economía un ocho por ciento y baje la deuda externa a la mitad; aunque llegue a ser universal la jornada escolar de tanda extendida (la niña hermosa de los pobres nacionales). Si no ha llegado a casa la Paola mayor de cada cual, y van a dar las doce y el temor nos paraliza, nada tiene sentido, valor, ni importancia: Ni la estabilidad macroeconómica, ni la mejoría en la educación como nunca, ni la salud como aspiramos, SENASA avanzando en su cobertura, no.

EL FRACASO. Nada es importante. Ni el mar cuando se mira en tus ojos, ni el cielo cuando sueña tu mirada. Ni tu flor y su olor. Ni el amor pleno de los amantes tiernos, ni la tierna “lucha de los cuerpos”. En fin, para qué las cabalgatas. Qué sentido tiene que vuelvan a querer a los escribidores de sueños las muchachas, si vamos los dominicanos a seguir viviendo en la inseguridad del asalto, en la jodida incertidumbre de la muerte. Y así no puede ser, como nos cantaba Rafael Amor en los madriles, hace ahora mil años: “No es lo mismo ver la vida si amanece, que mirar en el crepúsculo su paso. Pues la luz que falta cuando el alba, no es la sombra que sobra en el ocaso. No ganar, no es lo mismo que el fracaso”. Y nosotros hemos perdido.

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