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CONFERENCIA MAGISTRAL

Vargas Llosa recuerda los cinco libros que lo marcaron como escritor

EL PREMIO NOBEL HABLÓ SIN PRISA, CON UNA NATURALIDAD ABRUMADORA QUE HACÍA MÁS EVIDENTE SU ERUDICIÓN, SU TALENTO COMO EXPOSITOR Y LO CURTIDA DE SU FORMACIÓN INTELECTUAL

Se podía escuchar el sonido de una pluma al caer al suelo. Mientras Mario Vargas Llosa hablaba, un silencio, poco habitual en actos donde el público está integrado por dominicanos, resultaba ostensible. Los presentes se habían desplazado desde el espaldar hasta la punta de los asientos para poder escuchar mejor lo que decía el literato. En los rostros se notaba que la gente trataba de beberse cada palabra del premio Nobel de Literatura. Él no las escatimó. Habló sin prisa, con una naturalidad abrumadora que hacía más evidente su erudición, su talento como expositor y lo curtida de su formación intelectual.

Su conferencia magistral se llama “Cinco libros” y está basada en las cinco obras que Vargas Llosa considera fundamentales para su formación como escritor: “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”; “La muerte de un viajante”; “Los Miserables”; “Madame Bovary y la obra de Jean-Paul Sartre . Libros que cayeron en sus manos, en algunos casos, cuando aún era un niño menor de diez años.

Vargas Llosa llegó a la biblioteca Nacional primero que todos los que acudieron a verlo. Pese a que la conferencia estaba pautada para las ocho de la noche, alrededor de las seis, ya él había penetrado al lugar. Madrugó para reunirse con el director de la biblioteca, Diomedes Núñez, junto a quien permaneció hasta iniciada la actividad.

Al salón del auditórium, llegó junto a Núñez, el nuevo Ministro de Cultura, Pedro Verges, y otros funcionarios. El escritor, que recibió el Premio Pedro Henríquez Ureña, dentro del marco de la Feria Internacional del Libro, tomó asiento en la primera línea de butacas antes de que fuera llamado a ocupar el pódium. Dedicó un minuto para saludar a Minou Tavares Mirabal, que se encontraba entre los asistentes.

Una presencia que llamó la atención fue la del ex Ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez, que junto a su esposa, Mónica Despradel, se ubicó en una de las últimas filas de la sala para disfrutar de la intervención de Vargas Llosa. En su momento, el ex funcionario fue quien anunció que el premio Nóbel había confirmado su visita al país.

El salón no estaba lleno pero tampoco vacío. Fue una buena asistencia aunque no se correspondió con la calidad de aquel momento. Cada butaca debió estar ocupada por escritores, periodistas o amantes de la aliteratura que habrían disfrutado minuto a minuto aquel periplo de las obras que lo marcaron como escritor por el que nos condujo con maestría, Vargas Llosa.

El primer libro que lo marcó fue “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, del chileno Pablo Neruda. Vargas Llosa dice que vivía en Cochabamba, Bolivia, cuando descubrió la obra sobre la mesita de noche de su madre, a quien definió como una gran lectora. Dice que ella le prohibió leer aquel ejemplar que recuerda con detalle: “tapa azul y letras amarillas”. La advertencia lo impulsó a devorar sus páginas y así se convirtió en el primer libro prohibido que leyó.

Luego, su visión de lo que podía hacer un escritor fue transformada cuando acudió al teatro para ver la obra de Arthur Miller “La muerte de un viajante”. Dice que fue allí donde descubrió que una historia se puede contar desde adelante hacia atrás, con voces diversas y rompiendo esquemas. “Esa obra fue importantísima”, resalta. “Al igual que las del escritor William Faulkner, quien marcó a muchos autores latinoamericanos. Porque la realidad que él describía, de su natal Misisipi, pese a ser norteamericano, se asemejaba más a la nuestra”.

Recuerda que de niño no soñaba con ser escritor sino marino, o alguna otra profesión que implicara aventura. Cuando se entusiasmó con la literatura, ingresó a la universidad para estudiar derecho. “Porque en esa época, no ahora, se entendía que esta carrera estaba cerca de la escritura”. Entonces, descubrió al escritor existencialista francés Jean-Paul Sartre. Y se enamoró de sus planteamientos. Del principio que Sartre enarbolaba sobre que los escritores debían incidir en la sociedad escribiendo sobre los acontecimientos que la conmueven. Que la escriturar era también una manera de actuar.

“Luego sufrí una gran decepción porque, en una entrevista, lo escuché decir que los escritores africanos debían dejar de escribir para tratar de cambiar sus sociedad y, luego de que lo lograran, entonces, retomar la pluma.”

Dijo que le pareció inaudito que Sartre, cuyas ideas defendería con tal pasión ante sus compañeros de la universidad que estos le llamaba “El Sartrecillo valiente”, hubiese cambiado su forma de pensar de una manera tan radical.

Tras recibir una beca y marcharse a vivir a Paris, Vargas Llosa leyó otra gran obra que le marcó, “Los Miserables”, del francés Víctor Hugo. Dice que fue tal su gozo al leer esta novela que se prometió a sí mismo no volver a leerla nunca más para no arruinar el recuerdo del inmenso disfrute que sintió al hacerlo.

Pero Luego se vio tentado a releerla cuando se le invitó a escribir el prólogo de una nueva traducción del libro. Y así lo hizo. Dijo que volvió a disfrutar cada página. Y aprovechó el momento en que hablaba de Los Miserables para señalar que las grandes novelas suelen ser también grandes en tamaño como es el caso de “Guerra y Paz”, del ruso Leon Tolstoi, “El Quijote”, del español Miguel de Cervantes, o las obras del escritor inglés Charles Dickens.

El quinto libro que marcó a Vargas llosa fue Madame Bovary, del francés Gustavev Flaubert. Señaló que con esta obra ocurre algo muy particular y es que su autor dejó un compendio pormenorizado del proceso creativo en que se enfrascó durante cinco años para escribir ese libro maravilloso.

Dijo que Flaubert tenía una amante, Louise Colet, a quien veía solo una vez al mes pero mantenían correspondencia diaria. Las cartas de Colet fueron quemadas por una sobrina de Flaubert, que Vargas Llosa califica como nefasta. Pero las del escritor fueron conservadas. Lo que permitió algo inusual: seguir, prácticamente paso a paso, el desafío que representó para Flaubert la escritura de su novela por excelencia.

Vargas Llosa dijo que de Flaubert aprendió que hay escritores que nacen con una condición de genialidad pero que también el talento se puede construir a través de la disciplina, la perseverancia, la autocrítica sistemática, feroz y la auto exigencia. Dijo que, en su caso, escribir le cuesta sangre.

Narró que Flaubert no daba por terminado un párrafo hasta que no lo escuchaba cantar. Decía que, al redactar dos párrafos, salía al jardín y gritaba al viento lo escrito. Si había algún tipo de discordancia, si no cantaba, volvía a pulirlo.

Al terminar su ponencia, un público puesto de pie aplaudió el talento literario incuestionable de Mario Vargas Llosa y su excelente exposición ante la cual, como es debido, todos guardamos el silencio que merecía.

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