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DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

La graduación

Cristian Mungiu prefiere otorgar la profesión de médicos a los protagonistas masculinos de sus películas. Ya lo hizo con su laureada “Cuatro meses, tres semanas y dos días” (2007, Palma de Oro en el Festival de Cannes), donde una aparente radiografía de la sociedad rumana pos derrumbe del llamado socialismo, devino en un documento contra el tráfico ilegal de servicios de salud, aplaudido en todo el mundo.

Ahora con “La graduación”, su protagonista, el doctor Romeo, es un cincuentón con una vida personal (y social) hecha pedazos.

Tiene obsesión por su única hija adolescente y mantiene, de espaldas a su familia, una relación sentimental con una profesora de la escuela de su hija, que cae embarazada accidentalmente.

Este hecho, obliga al galeno a tomar decisiones poco convencionales, en su ya maltrecha vida.

Sin embargo, entre ambos profesionales de la medicina (por no decir, entre ambas películas) transcurren diferencias irreconciliables.

Mientras el primero es un despiadado practicante de abortos caseros, el segundo es un profesional rutinario que, de pronto, la vejez comienza a asomarse en su semblante, en el contexto de una sociedad que todavía no encuentra rumbos efectivos para adecentar la vida y el desarrollo familiar y profesional de sus integrantes.

Lo primero que descuella en este filme es su entramado formal, y dentro de este, sobresale un guion ensamblado con matices de perfección, que hace fluir la historia y convierte al espectador en testigo de primera fila. Sin titubeos ni ambages, esta impronta permite al director conformar un tablero de espejos en su puesta en escena.

Resaltan los escenarios naturales, la sobria ambientación y una extraordinaria economía de recursos que logra ubicar en lugar y grado una historia, un país, una ciudad, sus instituciones y el nivel económico de los protagonistas involucrados en las misma.

Mungiu a cada rato, y como toquecito de magia para recordar que “el mundo es ancho y ajeno”, acude al simbolismo (los cristales de la ventana y del de su vehículo, rotos a piedras por manos invisibles). Pero esto no quita su pulcritud hiperrealista, su estilo directo, sencillo, profundo, sustentado por un grupo de actores que convierten este filme en un proyecto inolvidable.

“La graduación” es un proyecto demasiado humano y complejo; su discurso puede leerse sin necesidad de soñar, porque a fin de cuentas, estamos en presencia de un sueño convertido, lamentablemente, en realidad que retrata la vida cruda, sin mimetismos, como una pequeña sinfonía directa al corazón.

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