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SONAJERO

Odebrecht

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Grisbel Medina R.Santo Domingo

Al anunciar a Najayo y la cárcel de La Victoria como domicilios actuales de una parte de los acusados del caso Odebrecht, en casa comentábamos la vergüenza de las familias, especialmente de los hijos, al ver a sus progenitores caminar abatidos hacia una celda ante la medida de coerción dictada por el juez Francisco Ortega. Esos hombres, acostumbrados a un alto nivel de confort, rodeados de gente a su servicio, son hoy un número más en el submundo de dos recintos carcelarios de espanto. Por el “linaje” de cada quien, no le faltará comida caliente y aire acondicionado. Pero, en lo que el hacha va y viene, estarán presos, sin la valiosa e intangible libertad para ir donde les apetezca.

La enorme estela de corrupción de Odebrecht ha arropado a presidentes, exmandatarios, abogados, lobistas, periodistas y empresarios de diversos países. El dinero alcanzó para repartir, para callar, para hacer ruido. Ha sido tanto el recurso económico que en Brasil son decenas los presos y en América Latina hay presidentes huyendo de las rejas por su grado de implicación. Aquí, donde las cosas tardan más de lo debido, si no hubiese sido por la marea verde, el fantasma Odebrecht no asustaría a nadie. Y es obvio que falta mucha gente. Sí, señor senador, nadie le cree el cuento del lodo.

Con sobrada razón muchos no creen que el filme Odebrecht avance en capítulos. Como escribió mi profesor Tony Pérez: “La corrupción y la impunidad son dos graves problemas sociales de largo aliento en nuestro país. Son décadas, quizás siglos, de mirada indiferente y un abordaje emocional y politiquero de un ‘issue’ tan complejo”. La explicación de Tony también es de lujo: Porque, históricamente, este país se ha dividido entre familias honorables (las del dinero, aunque provenga del robo al erario, lavado de activos y el narco) y los demás (los pendejos, los empobrecidos por los primeros).

Y para rematar: “El dudoso origen de la mayoría de las fortunas “familiares” es archiconocido; mas, la conveniencia ha mandado a voltear las caras. Muchos de los que hoy alardean con el bochornoso caso Odebrecth, al mismo tiempo se hacen --o se han hecho-- los locos con ladrones patológicos de igual o mayor tamaño, que no están en agenda porque han construido en acero sus escudos de protección”.

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