Autocuidado

Cuando le preguntaron qué hacía por ella, para regocijo de su espíritu y su cuerpo indagó en la rutina que le ocupa diariamente y no descubrió nada. En 24 horas se debate entre cuidar la familia, velar por la casa, cumplir las demandas del trabajo fuera del hogar y luego lavar, limpiar, hacer la cena, ser para los demás. No hay un espacio en la vida de esa mujer joven que sus sentidos agradezcan por tomarse un respiro necesario.

Ella es como la mayoría de las mujeres, no pertenecen a sí mismas. La sociedad las exilia de sus propias vidas. Desde temprano establece quién es el propietario de cada parte de su cuerpo: los brazos y abrazos para sus hijos, el pelo del abuelo, el útero del Congreso y a “la edad indicada”, los labios para besar un sapo que se convierta en príncipe.

La mujer en cuestión no era la única atrapada en el círculo vicioso de las ocupaciones y el demoledor dar y ser para los demás. Casi todas las participantes de aquella sesión sobre autocuidado, testimoniaron lo escaso del tiempo dedicado para al menos respirar conscientes de que viven, de que no son máquinas con corazón.

Fue entonces cuando juntas descubrieron que la respiración consciente existe; que repetir “yo me amo, me cuido y me acepto” es saludable para sí; que el masaje, la meditación y las caricias son herramientas placenteras; que el sexo es tan saludable como tomarse ocho vasos de agua; que el cuerpo es tu propiedad y no se debe sentir culpa cuando descansas o te tomas un tiempo para realizar una tarea que disfrutes o sencillamente reír porque sí.

Cuide de su cuerpo y sea celosa de sus emociones. Busque ranuras del día para disfrutar las riquezas cotidianas, están a una mirada de distancia. Ya verá cómo le agradecerá la mente, el espíritu y su propio entorno. Se sentirá más plena y consciente del gran privilegio que es vivir.