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Guerra

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Grisbel Medina R.Santo Domingo

Estimular la autoestima no es rentable porque entonces no se vendieran las cremas antiarrugas y la silicona para levantar las mamas y endurecer los pezones. Que la gente se sienta feliz como es y con lo que tiene es una amenaza para el mercado de las pócimas de belleza. Por eso, económicamente, es más beneficioso publicitar un tipo de belleza inverosímil (rubia, pelo lacio, delgada, ojos claros) para que la industria estética se mantenga sólida y adinerada.

Pasa igual con la guerra. El conflicto es rentable para ciertos sectores y países. La industria del armamento se frota las manos en cada situación bélica, donde los saldos humanos nunca son sus promotores, más bien “falsos positivos” o pueblos inocentes desgarrados a fuerza de pólvora.

En estos días, por los recientes ataques en París, volvieron a estar de moda las palabras exterminio, amenaza, fuego, ametrallar, venganza, matanza, bombardeos, terroristas y las frases operación terrestre, terror yihadista, así como la sentencia del presidente Vladimir Putin “Los buscaremos estén donde estén y los encontraremos en cualquier rincón del mundo”, en referencia a la caída del avión ruso en Egipto. Este impulso de las potencias mundiales a la guerra no es nuevo. Los atentados que no son más que citas sorpresas a la muerte, son repudiables. Sean religiosas, económicas o políticas los auspiciadores de estas terribles matanzas defienden sus razones para alimentar el odio hacia la vida. En juego está el poder político y económico, la doble moral de las potencias que bombardean pueblos enteros (pobres pero rico en yacimientos) para luego clamar la solidaridad del mundo cuando padecen la sombra de “insurgentes” y “terroristas”.

Con este afán de lucro y predominio imperial, la humanidad le sigue diciendo al mundo que no hay nada más dañino para el planeta que el propio ser humano. Y todo por el dinero, recurso que nadie puede comerse. Siria, Irak, Afganistán, Palestina, Japón, Ucrania y ahora París lo saben.

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