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SONAJERO

Eddy

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Grisbel Medina R.Santo Domingo

Eddy Mendoza es costurero en Camboya, Santiago. Sus ojos claros siempre miran de frente. Ocuparse de las puntadas no le bastó para superar la partida a Europa de Chanel, su esposa. La búsqueda de un mejor horizonte económico alejó de sus abrazos a la mujer que ama. Por eso amaneció emburujado con las pesas, el gimnasio fue un estímulo para la angustia. “Ahora tenemos amores. No son todas las parejas que se mantienen así. Yo no encontraré otra como ella. La respeto y pronto estaremos juntos”, es algo que le brota en lo que ajusta tres botones.

Eddy es padre de dos hijas. Chanel es la reina de su hogar. Agradecido de la tecnología que le permite dar calidez a su matrimonio, Eddy cuenta con orgullo el amor por la lectura de su primogénita y el semblante se le contenta cuando anuncia que ya tiene casi listos los documentos para dar el salto.

El afable y serio costurero mentalmente tiene hechas sus maletas. Sea EE.UU. o Europa, un día de estos no estará en la acera concurrida de Camboya, al servicio atento de quienes le encargan sus piezas preferidas.

“Para donde sea, lo que hay es irse de aquí”, le escuché decir. Es la sentencia de un hombre trabajador, que no alcanza a tocar el cielo del progreso. Así como estuvieron los haitianos, mañana Eddy estará en varias filas: la de retirar documentos, la de poner las huellas, la de embarcarse al infinito. Será un migrante económico, del futuro que le es incierto en su país.

La Patria se lleva tanto en el corazón que nadie abandona por gusto el lugar donde nació. Es en muchos casos el hambre, la aspiración legítima de progreso, de dar mayor calidad de vida a la familia, la que empuja a millones de personas a lanzarse al vacío, al mar repleto de tiburones, a zarpar en embarcaciones frágiles, al desierto norteamericano, al riesgo de ser violados y asesinados en el camino, a la explotación en el tránsito. En Eddy conocí un hombre honesto y fiel, con una hermosa historia de amor que seguirá alimentando con su traje de inmigrante cuando le veamos partir.

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