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Los kilos de culpabilidad

Las vacaciones son un momento propicio para los excesos, sobre todo, gastronómicos. Es coger las vacaciones y alguien, cuando no uno mismo, comenzará a planificar todo tipo de eventos o fiestas gastronómicas de las que no podrás escabullirte tan fácilmente. Y lo peor es que, casi siempre, terminas comiendo más de lo saludable. Si la comida está buena, por darle gusto al paladar y al anfitrión, y si los comensales son aburridos, por entretenerse con lo que más a mano tiene uno en ese momento. Así, si las vacaciones las pasas en el pueblo y, por ejemplo, tienes tres hermanos y otros tantos amigos, estarás obligado a invitar y a ser invitado tantas veces como amigos y hermanos tengas. Movidos por la necesidad de corresponder, con la comida pasa algo parecido a cuando te vas de vinos con los amigos. Si por casualidad te juntas con nueve de ellos, te veras obligado a tomar, al menos, nueve vinos; con lo que no es de extrañar que luego tengas que ir a casa agarrándote a las paredes. Vivimos en la sociedad de la ansiedad. Y la ansiedad nos conduce al exceso. Y el exceso se convierte en kilos de culpabilidad. Y la culpabilidad la expiamos con el propósito de enmienda o en un gimnasio en septiembre.

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