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El coste de decir “no” a los niños

Leo (5 años) no quería el iPad durante el camino en coche al colegio. Antes solía llorar si no lo conseguía. Leo es el cuarto de mis cinco hijos. Hay que tener en cuenta el peligro que supone decirle a un niño que no puede hacer algo que le encanta: va a querer hacerlo aun más. En términos de valoración, el mero hecho de no darle permiso aumenta el valor que el niño le da a esa actividad. Por esto, como padre, tengo una estrategia comprensiblemente cuestionada pero muy distinta: Mi teoría es que si siempre pueden hacerlo, los niños aprenden a autorregularse y decir que no por sí mismos. Al final, ese acceso sin restricción lleva a un autocontrol a través de la saciedad o del propio aburrimiento, especialmente después de pasar la fase adictiva a esa actividad o juguete que quieren incesantemente. Por mi experiencia, la adicción suele ser, en general, a ver la televisión, a comprar juguetes o a jugar a la videoconsola. Por supuesto, esta estrategia parental necesita mucha sangre fría por parte de los padres para soportar que los niños hagan esas actividades que normalmente no querrían que hicieran. Es duro esperar hasta que los niños por si mismos se den cuenta de que lo bueno, demasiadas veces, llega a ser aburrido. Tom (18 años), solía estar enganchado a ir a la tienda de juguetes y jugar con todo. Y muchas veces cumplía con sus deseos. Con el tiempo, por excederse, se aburrió de este consumismo infantil y de estar delante de las pantallas. Como resultado, ahora que tiene 18 años no quiere nada, ni siquiera regalos de cumpleaños. Y eso es lo que quería. Es un chico ahorrador y odia el consumismo compulsivo. De hecho, ahora me critica constantemente por consumir demasiado, por ejemplo por mi adicción a las bicicletas. Tom dedica todo su tiempo a su novia, sus amigas, oír música, estudiar y todo lo que para él es divertido. La estrategia funcionó con él.

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