EDITORIAL

Como caballo desbocado

Venezuela tiene una Asamblea Nacional democráticamente electa por el pueblo, pero el presidente dictatorial Nicolás Maduro insiste de nuevo en desconocerla.

Luego de un primer intento abortado por la presión popular e internacional para romper el hilo constitucional, pretendiendo aniquilar a la Asamblea Nacional, el mandatario ha convocado ahora a una “Asamblea Nacional Constituyente” de 500 miembros dizque de la clase obrera, para sustituir a aquella defi nitivamente.

La intención, así de simple, es clarísima: suprimir el órgano constitucional válido, por otro que nadie sabe sobre cuáles bases de elección sería conformado, para supuestamente promover enmiendas constitucionales que, de seguro, irían en la dirección de fortalecer su dictadura. Una salida desafortunada y condenada al fracaso en las presentes circunstancias.

Porque si de escuchar al pueblo se trata o de darle más representatividad y poder, es este pueblo venezolano el que está en las calles desde hace más de un mes reclamándole al gobierno que respete la democracia, que libere a los presos políticos, que adelante las elecciones presidenciales, que rescate la economía de la ruina y que le dé comida, educación y salud a una sociedad increíblemente empobrecida por las impericias de la dictadura.

Convocar a una asamblea constituyente que nadie le ha pedido es pifi ar sobre sus propios errores y alentar el recrudecimiento de la oposición popular, cerrando cada día más los caminos que pudieran posibilitar un diálogo o un entendimiento para salvar lo poco que queda de espacio a la democracia y la libertad en ese país.

Este otro “palo acechao” de Maduro es la prueba más fehaciente de que el régimen se siente desesperado frente al rechazo masifi cado de la población y la pérdida de la solidaridad internacional.

El pueblo –y con él la comunidad internacional, en sentido general- le está pidiendo a Maduro que no atropelle la Constitución, ni las leyes, ni las libertades, ni los derechos humanos.

Pero él sigue pa’lante, como un caballo ciego y desbocado, en una irrefrenable huida hacia el precipicio de la que tal vez no se ha percatado ni se percate nunca.

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