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El drama de los envejecientes, una vergu¨enza nacional

El Estado tiene, entre sus deberes irrenunciables, según dispone la Constitución de la República, la protección y la asistencia a los envejecientes garantizándoles seguridad social integral y hasta el subsidio alimenticio, en casos de indigencia.

En el país hay más de 1 millón 200 mil envejecientes de los cuales el 78 por ciento es pobre y muy pobre, lo que indica que esta signifi cativa cifra de ciudadanos padece hoy los rigores de una imperdonable desatención del Estado. Y también de la propia sociedad.

Contrario a lo que postula y manda la Constitución, más del 80 por ciento de esos envejecientes no disfruta de pensión solidaria y se tiene entendido que unas 500,000 personas de 65 años o más tiene alguna afi liación al Seguro Nacional de Salud en su régimen subsidiado.

El drama mayor del abandono y, diríase también, del desprecio social que padecen los envejecientes, se agudiza en la medida en que el país carece de centros públicos dedicados a su acogida y atención, razón por la cual miles de estas personas pasan el resto de sus días sin trabajo, sin ingresos, sin buena alimentación, sin salud. Y lo peor, sin el amor de sus hijos o familiares.

Es un problema serio, que debe taladrar el corazón de los que mandan y tienen poder de arreglar estas inequidades y de aquellos ciudadanos a los que les duele tanta inhumanidad de trato, más que nada de hijos y parientes que se olvidaron de sus progenitores y ni siquiera visitan a los pocos que han tenido la suerte de estar en un geriátrico o asilo.

En tales condiciones, esto representa una vergu¨enza nacional.

Es pertinente que el Gobierno tome con seriedad esta situación de injusticia y disponga las medidas de lugar para brindar a los envejecientes pobres y muy pobres la atención esmerada que se merecen, mejorando las condiciones ambientales y operativas de los centros de acogida que existen, disponiendo abrir estos mismos espacios en más de 15 provincias que carecen de ellos y aumentando los subsidios para comida y medicinas.

Tanto abandono, tanto descuido, tanta exclusión de nuestros envejecientes llora ante la presencia de Dios.

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