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Donde no hubo amor...

La familia es, indiscutiblemente, la madre y maestra de la vida. De cuán bien estructurada y sintonizada esté con estas dos cualidades dependerán sus frutos.

Su sangre vital, la que verdaderamente la oxigena, es el amor.

El amor con que se forma y se cuida la familia y el que se enseña y se practica entre los que la forman es el que modela a los buenos ciudadanos y, por consecuencia, el que permite una mejor sociedad.

Cuando estas dos cualidades dejan de estar presentes en el núcleo familiar, lo que inevitablemente puede salir de ahí es lo que estamos presenciando en muchas partes del mundo.

Una gran cosecha de odio, insensatez, irrespeto y violencia.

Ese odio, esa insensatez, aderezados con el irrespeto y la destrucción del prójimo, de la autoridad y de la ley, ocupan el desierto que creó la falta de amor, el cuidado y la guía y formación educativa de los hijos.

De ahí la larga lista de los desenfrenos y las conductas impropias que hoy se hacen patentes en individuos que matan a sangre fría y que desfogan sus frustraciones e insensateces a través de la maldad y cualquier otra forma de violencia.

Véanse, como muestra, las historias de las motivaciones que empujaron y siguen empujando a jóvenes y adultos que, víctimas del déficit de amor y cuidado en sus hogares rotos, han decidido inmolarse matando a grupos de inocentes, a quitarse la vida porque “ya no tiene sentido para mi”, a vengarse de violaciones o abusos sexuales en la infancia o a llevar a la practica todas las maldades y travesuras que aprendieron en los videojuegos que incitan y premian la violencia.

Son estas, en pocas palabras, las diversas consecuencias que se derivan de la muerte lenta del núcleo familiar, de la irresponsabilidad con que los actores principales de la familia han abandonado su compromiso y su misión, dejando que su sangre vital, su oxígeno, que es el amor se volatilizara para siempre.

Donde no hubo amor....no podemos esperar sino todo lo contrario.

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