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Capital invivible

Una diversidad de factores ambientales, que perturban directamente los modos de vida de los ciudadanos, está tornando progresivamente a Santo Domingo en una ciudad invivible.

Los ruidos se han convertido en el primer factor de quejas de la gente. Tanto los que se generan por la difusión de música en alto volumen como los que causan las grandes máquinas taladradoras de la construcción o los que provienen de actividades que, como los congestionamientos del tránsito, persisten durante una jornada normal.

El mismo caos del tránsito, que genera estrés en los que salen a trabajar o a hacer diligencias, como la inseguridad que sienten los ciudadanos al ir de compras, a los bancos, a los colegios y universidades o a cualquier centro de diversión o esparcimiento, han modificado el temperamento y la conducta de muchos.

Se pensaba que la vida en condominios ayudaba a crear lazos de convivencia en ambientes más tranquilos y privados, diferente a los de aquellos vecindarios donde los colmadones, drinks, talleres de mecánica y otros negocios son los principales agentes de contaminación sónica o fuentes de riñas, tiroteos y broncas a cualquier hora del día o de la noche.

Pero aun contando con excelentes espacios para la recreación o los ejercicios físicos, estos no atraen ahora a tantas personas, por el miedo que sienten a ser abusadas o asaltadas, y éste es uno de los factores que empujan al encierro y a la incomunicación social, es decir, a una propensión al aislamiento para no exponerse a peligros.

De normas y regulaciones no nos podríamos quejar. Existen muchas. Pero no se aplican efectivamente.

Por ejemplo, los residentes en un sector del ensanche Piantini se han unido para denunciar ante distintos organismos que están llamados a garantizar la tranquilidad y la seguridad de su sector, las angustias que padecen por los persistentes ruidos de un negocio de expendio de bebidas alcohólicas en el que se congregan muchas personas que van a gozar, a costa de alterarles su paz.

Como éste, hay innumerables casos de sectores cuyos residentes no pueden vivir ni conciliar el sueño por culpa de estos negocios. No obstante, no hay ley o autoridad que los defienda ni los auxilie ante la impotencia de combatir la fuente de su perturbación.

Estos y otros casos entran en las cuentas del rosario de penurias y ansiedades que van tornando a la capital, día a día, en una zona invivible para todos... hasta para los que son culpables de este caos.

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