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EDITORIAL

Sálvese quien pueda!

Hasta hace muy pocas décadas, los padres y los maestros eran los principales formadores y responsables de la educación de niños y adolescentes.

A tal punto eran las cosas que un maestro o una maestra que eran tan respetados como los padres de sus alumnos y entre progenitores y educadores existía una relación tan estrecha y fluida que permitía que hogar y escuela fuesen una simbiosis de hogar fuerte y auténtico.

Los hijos sabían a qué atenerse si fallaban en los estudios. Padres y maestros continuamente monitoreaban su aprendizaje y sus conductas.

Existían buenos modales y el pudor y la decencia constituían fundamentos de esa formación.

Después vinieron los tiempos en que los vientos de otras culturas, más el libertinaje, la rebeldía de los hijos frente a sus padres, la gradual pérdida del ejercicio de autoridad por parte de estos y, también, de sus profesores, minaron aquel modelo.

Las cosas empeoraron cuando el frenesí del sexo y las drogas abonó el terreno para que la calle y el bar atrajeran más a los hijos de hogares descompuestos, a los que desarrollaron aficción por las pandillas y la delincuencia y a aquellos que, por exclusión o por frustración, se han quedado convertidos en puros parásitos.

Las escandalosas situaciones que ocurren hoy dentro de los ambientes afectados por la desunión familiar o por la pérdida de la majestad y el respeto hacia la escuela, que luego se traduce hacia un desarraigo de los valores patrios y una burla constante hacia la ley, no nos sorprenden ya.

Nos avergu¨enzan y nos aborchornan.

Sencillamente, porque todas estas inconductas van echando por el suelo muchos paradigmas de la sociedad que nunca debieron afrontar tan triste suerte.

Con tantos nuevos derechos, como los que patrocinan el libertinaje sexual, el aborto, las relaciones antinaturales de parejas y las indulgencias a los ladrones y corruptos que buscan “lo mío”, todos nos olvidamos de los fundamentales deberes ciudadanos y patrióticos que estamos llamados a cumplir si queremos cohabitar en una sociedad más sana e inconmovible.

¡Sálvese quien pueda!

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