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Cómo Cooperstown premia a los mejores

Todo el jugador que llega a Grandes Ligas y logra sobresalir con los mejores averages es un seguro candidato al Salón de la Fama de Cooperstown, una especie de altar de la inmortalidad en el beisbol profesional.

Pero los numeritos, o los averages, no lo llenan todo, ni siquiera una larga suma de temporadas en actividad.

Es preciso que, además, los candidatos a la elección hayan exhibido integridad y buena conducta social, fuera y dentro del terreno de juego.

Hay algunos ejemplos notables de cómo el rigor en observar estos requisitos ha bastado para que verdaderas estrellas del béisbol, insuperables en sus récords, estén impedidos o en dificultades para recibir su inducción al Salón de la Fama, vale decir, para hacerse merecedor de tan ambicionado premio.

Son ellos nuestro Sammy Sosa, con 609 jonrones, el único que ha logrado en tres temporadas sacar la bola más de 60 veces, un premio al jugador más valioso; Roger Clemens, quien obtuvo 354 victorias y ganó siete veces el premio al mejor lanzador; Barry Bonds, el número uno de todos los tiempos con 762 jonrones y 7 MVP; el cubano Rafael Palmeiro, con 569 jonrones; Mark McGwire, con 583 cuadrangulares; Manny Ramírez, con 555 jonrones, y Pete Rose, líder en hits en todos los tiempos.

¿Qué ocurrió con ellos? Pues que el rumor público les señaló conductas incorrectas o violaciones a los reglamentos del béisbol de Grandes Ligas y fueron suficientes para que el jurado que decide quién va o quién no va al “Hall of the Fame” les haya negado el acceso o les ponga algunas trabas para alcanzar la inducción.

Cooperstown es un excelente modelo de enseñanza para todo aquel que tiene la responsabilidad, como jurado, de elegir a los premiados (no importa en qué renglón de la vida), poniendo de relieve que a la hora de inmortalizar o conceder las máximas recompensas por las excelencias que un personaje haya alcanzado de forma integral --sin diferenciar un ángulo bueno del otro cuestionable--, no caben las soluciones salomónicas.

Que es lo que ha pasado aqui con el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, otorgado con una mezcla de placer y dolor a Mario Vargas Llosa, el Nobel de la Literatura, que no ha economizado vituperios contra decisiones que soberanamente ha tomado República Dominicana en el campo migratorio o contra respetables figuras de la nación, como nuestro cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez.

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