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EDITORIAL

Ya todas son “horas pico”

Las modernas infraestructuras que se han ido creando en la capital y en las principales autopistas de acceso fueron calculadas para agilizar el tránsito y, por momentos, han cumplido el propósito.

La construcción de elevados, túneles, pasos a desnivel y derivados aéreos o terrestres, han transformado la configuración que tenían nuestras principales vías, permitiendo que el flujo de vehículos sea mayor.

No obstante, el aumento de la densidad del parque vehicular ha malogrado en gran medida este éxito de la viabilidad capitaleña, porque los tapones que se forman en las vías expresas son tan fuertes que ya su costo se estima en 6 mil pesos adicionales por mes para los conductores que usan estas vías en las llamadas “horas pico”.

Antes, esas “horas pico” eran de menor tiempo que las actuales y lo que se planificó para que tomara seis minutos desde el kilómetro 9 de la autopista Duarte hasta la calle Leopoldo Navarro, por la avenida John F.

Kennedy, toma ahora hasta 40 minutos o más, de acuerdo con un monitoreo de flujo realizado por una empresa privada.

Aparte del tiempo consumido para avanzar, los vehículos gastan hasta siete veces el combustible previsto en las vías expreso en condiciones normales.

Prácticamente no hay unas “horas pico”, sino largas horas pico en cualquier momento del día, la tarde y la noche, inclusive tarde en la noche, porque tenemos demasiados vehículos en circulación.

A esto hay que añadir los retrasos que provocan los agentes de la Autoridad Metropolitana de Transporte cuando sustituyen a los semáforos, distorsionando toda la sincronización de estos equipos, y las innumerables prácticas imprudentes de los choferes del concho y los minibuses, que contribuyen a provocar más taponamientos.

Cada día se hace más evidente la necesidad de regular el flujo de vehículos en nuestras vías y fomentar la masificación del transporte público con el sistema moderno del Metro, los teleféricos en las zonas más apropiadas y más autobuses conectados a un programa de relevos o transferencias, como existe en las grandes capitales, donde hay más habitantes y más vehículos que en nuestra propia metrópolis.

Naturalmente, fuera de todo esto, lo básico es aplicar con rigor las leyes del tránsito, cuyas violaciones sistemáticas son las fuentes de este desastre.

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