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EDITORIAL

Terrorismo delincuencial en nuestros barrios

Los delincuentes dominicanos, actuando a sus anchas y con amplio campo de maniobras, han logrado crear un verdadero estado de terror en distintos sectores del Gran Santo Domingo y otras ciudades dominicanas, en un abierto desafío a la autoridad y con altivo desprecio por la vida de los ciudadanos.

Están jugando con nuestra paz y con nuestra seguridad. Y con nuestro derecho a la felicidad y a la libertad de movimiento.

Sus acciones vandálicas, sistemáticas y audaces, son noticia cada día, configurando un estado casi generalizado de fechorías, que además de causar despojos de pertenencias y a veces hasta de la vida misma de la víctima, provocan un estado de temor y miedo entre los ciudadanos.

Los estilos de vida han cambiado drásticamente en muchos sectores de la capital, a consecuencia de las precauciones que toma su gente para evitar estar en las calles en horas nocturnas, que son las propicias para los delincuentes por dos razones: porque hay apagones o porque la vigilancia de las autoridades no ha sido efectiva o disuasiva.

Es decir, la delincuencia está forzando a las familias de esos vecindarios a la reclusión forzosa, con el agravante de que al diseminar e imponer miedo se fomenta un terrorismo callejero que afecta por igual el desempeño de los negocios y de otras actividades.

Inclusive, las iglesias de los barrios se ven afectadas por este clima y han dispuesto cambio de horarios para sus misas.

En los últimos días, a propósito de los atentados terroristas en París, hemos visto cómo las tropas de seguridad de otros países asumen enérgicamente el control de una ciudad o de un vecindario cuando se producen amenazas de atentados o aceleran sus aprestos para identificar, localizar y perseguir a sospechosos, si es posible sacándolos de sus madrigueras.

Aquí debemos reforzar la vigilancia y seguridad en nuestros barrios, asumiendo que están bajo el imperio del terror, no de un terror desencadenado por fanatismos religiosos o políticos, sino por la delincuencia, por los que se disputan el control de la venta de drogas, por los sicarios que salen a matar por paga o por el enfrentamiento de las pandillas enemigas.

Las vidas y propiedades están, de verdad, en peligro permanentemente en muchos sectores del Gran Santo Domingo, Santiago y otras grandes ciudades, y el deber del Gobierno es desplegar toda la fuerza posible para darle un combate crucial a la delincuencia, lo que siempre le agradecerá la ciudadanía.

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