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Lo que hace un país de “torturadores”

Arracimados a orillas de un pequeño balneario de Anse-a-Pitres, una comunidad de haitianos repatriados desde la República Dominicana ha visto morir a varios de sus miembros víctimas del cólera, mientras otras decenas de ellos han quedado contagiados y luchan por sobrevivir.

El gobierno haitiano los ha dejado en el abandono. Y los llamados “amigos de Haití” no han mostrado la más mínima sensibilidad frente a este drama ni han acudido en auxilio de esa comunidad de repatriados para protegerla de la propagación de esta letal epidemia, que se genera en ambientes insalubres.

Al producirse las primeras muertes, una decena de haitianos contagiados buscó ayuda entre los soldados dominicanos que custodian la frontera en Pedernales y estos los llevaron de inmediato al hospital de la localidad, que los atendió de manera eficiente hasta que algunos pudieron retornar sanos a Haití y otros aguardan, internados, su recuperación.

El hospital de Salud Pública de Pedernales, con su magro presupuesto, ha seguido atendiendo a otras dos docenas de contagiados, a los cuales se les hicieron las pruebas de lugar, dando positivo en cólera. Y tenemos la información de que otros hospitales fronterizos también están dando servicios gratuitos a haitianos repatriados que cruzan de nuevo al territorio buscando salud.

Del mismo modo, y ante la amenaza de que el cólera pudiera extenderse agresivamente hasta nuestro país, las autoridades están ejerciendo un control epidemiológico en toda la frontera, fumigando zonas y controlando la calidad de las aguas de ríos y arroyos y estableciendo un sistema para el lavado de las manos.

Es notoria la diferencia de trato entre un gobierno y otro.

El de Haití está más ocupado en ver cómo sus dirigentes se mantienen en el poder a base del fraude electoral y no en proteger la salud y la dignidad de vida de sus habitantes, mientras que el de aquí, el que representa al país de los “torturadores” y los “fomentadores de la apatridia”, acoge a sus enfermos o parturientas, curándoles sus males o asistiéndolas, gratuitamente, en sus partos, dando así un ejemplo de hospitalidad y atención humanitaria que no encuentran en su propio país, ni siquiera entre los que aquí se ufanan de defender todos los días los “derechos humanos” de estos pobres ciudadanos, que no tienen qué comer ni vestir ni un techo seguro porque todos los han abandonado.

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