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¿En campaña? ¿Y cuándo no?

Siempre se dice que los políticos dominicanos son incansables porque no más termina una campaña electoral, y ahí mismo arranca la otra.

El proselitismo es una labor incesante. Y por eso a nadie sorprende que con demasiada antelación se desplieguen carteles, retratos o vallas con los rostros de los aspirantes a puestos electivos, una manera de posicionarse temprano en el terreno de la competencia interna de sus partidos y de frente al país.

Esos despliegues y otros tipos de actividades más visibles y a veces masivas, como las caravanas de vehículos en los pueblos o actos de juramentación de dirigentes o militantes tránsfugas de otros partidos, terminan dándole forma o sabor pre-electoral a una campaña que, en los hechos, venía desarrollándose en fases.

La ley, sin embargo, es clara en cuanto a definir cuál es el tiempo de campaña electoral oficial: noventa dias antes de las elecciones. En ese período, la Junta Central Electoral, como rectora del sistema, tiene que regular todo el proceso de montaje y diversas actividades propias de los partidos para evitar distorsiones, desigualdades o manipulaciones.

Uno de los miembros de esa JCE ha propuesto que el organismo adelante la fecha de proclamación del inicio de la campaña al 15 de diciembre para contener cualquier exceso en el uso de los fondos públicos, antes del pitazo de arrancada, por parte de funcionarios gubernamentales o de los activistas electorales del partido en el poder y sus aliados.

Si bien la razón podría considerarse como atendible, en vista de que estaría enfocada a proteger los recursos públicos de manejos irregulares, no deja de ser un absurdo plantear que en plenas navidades se abra oficialmente una campaña electoral, tiempo en el cual, por tradición, los dominicanos se “desintoxican” de la politiquería y recargan las pilas para cuando llegue el momento preciso del proselitismo.

Que el esquema siga como está. Nada de adelantar fechas de campaña. Por el contrario, lo deseable sería que fuesen más cortas todavía, para evitar tanto derroche de dinero, de tiempo y de expectativas en función electoralista saturadora y permanente, como se estila desde hace mucho.

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