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EDITORIAL

Atendamos los reclamos de los pueblos

Cuando los pueblos toman el camino de las huelgas es porque ya parecen agotadas las energías del reclamo pacífi co que han invertido, ante autoridades municipales o del gobierno central, para lograr que les presten atención y solución a sus demandas.

Es el caso de Monte Plata e Higu¨ey que, en estos días, se han lanzado a huelgas para insistir (en el primer caso) en que les reparen sus calles interiores y carreteras adyacentes, que son un verdadero desastre, y en el segundo caso para que se aceleren las obras del hospital y el acueducto, y también la reparación de vías públicas.

Antes pudieron desactivarse huelgas en Baní, San Cristóbal y Ocoa, motivadas en reclamos de que se satisfi cieran algunas necesidades básicas comunitarias, mientras que en otras provincias, como San Francisco de Macorís y Santiago, se han hecho amagos de promover huelgas que han sido acompañadas de actos violentos, lo que contamina la aspiración.

Nunca es posible que todas las solicitudes puedan ser complacidas, ni que las soluciones se logren en un contexto de corto tiempo o de emergencia. Pero eso no quita validez ni legitimidad a la llamada de atención que hacen los pueblos, primero por distintas vías o diligencias, y luego, cuando ya no ven más luz al fi nal del túnel, por medio de paralización de actividades, como es el caso actual.

A veces resulta que el problema no es que hagan una obra, sino que esta se demore demasiado por las continuas suspensiones, como es el caso de la carretera que une a Ocoa con Piedra Blanca y el hospital de Higu¨ey, dos obras que el gobierno considera prioritarias.

Pero otras tantas veces la paciencia de los pueblos se colma cuando, tras una promesa de iniciar o acelerar una obra básica, comienzan a trabajar los obreros y al poco tiempo abandonan la tarea. Y así prosigue el círculo vicioso.

De tanto esperar y desesperar, los pueblos no se conforman muy fácilmente con explicaciones o excusas sino que quieren que les resuelvan problemas que ya han gravitado por tanto tiempo en sus comunidades, con sus consiguientes perjuicios, y más si perciben que para otras cosas los millones fl uyen abundantemente.

Es hora de prestar seria atención a las necesidades prioritarias de nuestros pueblos, más si éstas han sido esperadas por tanto tiempo sin que haya un alboroto del orden público o una paralización de actividades, que por lo general ocasionan pérdidas, difi cultades y recelos contra los gobiernos.

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