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EDITORIAL

¡Unidad nacional ante el injerencismo!

Nadie, en el ámbito internacional, parece animado a creer, ni mucho menos aceptar, los argumentos que esgrime República Dominicana para hacer valer su derecho soberano a imponer las reglas migratorias que más convengan al interés nacional.

No hay oídos atentos ni sensatos que escuchen nuestras razones, sino un prejuicio generalizado, pero infundado, en aquellos escenarios donde se incuban y ponen en marcha campañas destinadas a torcerle el brazo a aquellos países que toman decisiones que contrarían los planes de otros.

La imagen que se proyecta del país, a propósito del proceso de migración y naturalización que tiene su fuente en la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, es la de una nación que está ejecutando la inhumana tarea de expulsar a extranjeros ilegales de su territorio y de condenar a la apatridia a millares de “dominicanos de ascendencia haitiana”, entre otras cuentas del rosario de abusos que nos imputan.

En las críticas a nuestras propias decisiones jurídicas, basadas escrupulosamente en los cánones constitucionales, países, dirigentes políticos y organizaciones civiles sobrepasan los límites del respeto a la soberanía y la dignidad nacional, y se toman la senda libre para el injerencismo más descarado y falaz.

El Gobierno dominicano, luchando ahora contra un nutrido ataque que nos viene de fuera, ha comenzado a movilizar su diplomacia para explicar al mundo qué es, en realidad, lo que está pasando. Pero le estamos hablando a un mundo que ha cerrado sus ojos y sus oídos a nuestros argumentos, para aceptar en cambio las falacias y las manipulaciones que se han vertido desde hace más de un año en el vano intento de doblegarnos y acomodar nuestras políticas migratorias a las conveniencias que otros quieran dictarnos.

Por suerte, la mayoría abrumadora del pueblo dominicano está muy consciente de la necesidad de que se implantara un nuevo sistema migratorio y ha sido este sentimiento abigarrado, cada vez más fuerte, el que le sirve de viento de cola al Gobierno para que actúe de ahora en adelante con más fi rmeza en la defensa de la dignidad nacional en el campo externo, sin miedo a las consecuencias.

Nunca antes, salvo en los tiempos de la independencia de Haití en 1844 y en el combate a las fuerzas interventoras con que la Organización de Estados Americanos (OEA) humilló a este país en 1965, se había vuelto a percibir un sentido de unidad nacional frente al injerencismo y la mentira como existe ahora.

Esa unidad debe ser nuestra mejor muralla contra la condena mediática injusta y malévola que pretenden hacer caer sobre nuestra soberanía y nuestro pleno derecho a la autodeterminación.

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